martes, 2 de agosto de 2022

Viaje al Sol de Medianoche (Cabo Norte) Agosto 1982

 

 UN “PANDA” DE KILOMETROS HASTA EL SOL DE MEDIANOCHE

 

Ir al Nord Kap, el famoso Cabo Norte, o punto más septentrional de Europa en la punta de Noruega, se ha convertido en una aventura que cuenta cada vez con más partidarios en todo los automovilistas españoles y europeos aunque sea en coches pequeños con poco dinero y cruzándose el viejo continente de parte a parte en tres semanas, con una panzada de kilómetros diarios

 Este es un relato que ofrecen un grupo de ocho jóvenes nucleados en torno a compañeros de la Dirección Pos Venta de Seat y compuesto por cinco hombres : Blás Jiménez, Juan Novalbos, Alberto López, Juan Antonio Esteban Ramón García Zaballos y tres mujeres Teresa Bravo, Conchi Fernández y Francisca Serrano. Firma el Texto Zaballos, en representación del colectivo, haciendo buena la frase de que “Tanto monta monta tanto” Y a fe nuestra que para tratarse de tal aventura, se montaron un viaje por todo lo alto

Aquel año nadie sabía en concreto cuál era el objetivo del viaje.

Hablamos organizando en principio visitar los países bajos, desconocidos para las cinco personas que, en principio habíamos decidido disfrutar las vacaciones de agosto. Los chicos se lanzaron sobre embajadas y consulados dispuestos a recoger toda la información posible sobre holanda Bélgica Luxemburgo y Alemania pero la ilusión latente del Cabo Norte llevó a las chicas hasta la embajada de Noruega y Suecia, por si acaso.


       Panda, pinto, gorgorito... o dos mejor que uno

 

Ante la posibilidad de disponer de dos coches, un Sear 127 motor 1010 (de tres años y medio, ágil, fiable, seguro y lo mejor de todo español con un maletero capaz de albergar nuestro equipaje) y un Seat Panda 35, casi recién estrenado, que había satisfecho con generosidad nuestras aspiraciones de coche económico, sopesaremos las ventajas e inconvenientes de cada uno.

El Panda tenía el asiento trasero algo cedido y como la ocasión del viaje había surgido práctícamente una semana antes de la fecha prevista, no había tiempo material de meterlo en el taller y que sustituyeran el asiento, lógicamente en garantía.

 

La idea de ir sentados muchos kilómetros en un duro apoyo y que seríamos tres personas a compartirlo, pudo más que la ventaja económica que nos reportaría el ahorro de gasolina. Así pues sería el 127, que ya nos había transportado tres años por España y media Europa, quién volvería a cargar cinco viajeros llenos de ilusión. Por tanto a pesar de sus casi noventa mil kilómetros, le llevamos a poner a punto.



Surgió aquí la primera sorpresa por medio de un nefasto diagnóstico: reparación de motor. Consejos a favor y en contra del viaje, todo se vuelve a sopesar y temerosos de quedarnos “tirados” en cualquier punto de Europa sin entender de mecánica se guardan en el maletero bujías nuevas, tapa del delco y no sé qué más que habíamos comprado. Nuestros ojos se volvieron ahora sobre el joven pandita con sus 25.000 kilómetros. Ahora si que no teníamos tiempo de cambiar el asiento, así que colocamos para amortiguar la dureza de la apoyó una manta debajo y tan felices. Cómo buenos celtíberos, habíamos dejado para el último momento, pero también habíamos sabido improvisar sobre la marcha... y la verdad es que el asiento manta fue un inventó redondo.



La cita en Lucerna


Nos lanzamos a la compra de conservas (la mayoría de la comida que consumiríamos en los siguientes treinta días). Pensamos que era imposible que pudiésemos viajar así, porque llenamos el maletero y aun faltaban los demás elementos, tienda, sacos y equipaje de cinco personas. No cabíamos ni con calzador. Volvimos a pensar en el 127. “A lo mejor no nos deja tirados después de 90.000 kilometros...” Finalmente decidimos repartirnos los cinco entre los dos coches, aunque nos costase el doble en gasolina. Para financiar el sobre coste fichamos “in extremis” a otros tres amiguetes: total, ocho personas. Somos toda una expedición.

 

Surge otro problema: falta el pasaporte de uno de los chicos que se unió a última hora. Caminatas por oficinas de pasaportes. Ministerio de asuntos Exteriores y hasta la Presidencia del gobierno. 

 Por fin el día 7 de agosto, a las doce de la mañana, con la celeridad fastuosa que caracteriza a la administración pública hispana (vuelva usted mañana o mejor al otro) llega el dichoso pasaporte y nos lanzamos en persecución del Panda. Porque hay que explicar que no merecía la pena que todos perdiésemos días y días de vacaciones por el pasaporte de uno solo, así que el Panda salió con la mitad del personal y la carga, nos encontraríamos en Lucerna, cinco días más tarde, en el precioso puente de madera que ya conocíamos algunos.



Al 127, dado en principio casi por desahuciado, no se le puso nada nuevo; se le cargó con el resto del equipaje y pensamos “Si está escrito que descacharre, se descacharrerá, pero mientras tanto...” Y se fue acercando ligero hasta nuestro amigos a 130 por hora: 1000 kilómetros de viaje ese mismo día de un tirón. “Menos mal que estaba cascado” dijeron conspicuos los pasajeros, aún incrédulos. En un solo día ya estábamos en Monttpelier. ¡Qué día de emociones! ¡Qué calor! ¡Qué forma de gastar el dinero en peajes!

 

                                                   El buen samaritano

Al día siguiente enfilamos de nuevo la autopista, pero pensamos que podíamos ahorrar unos francos y salir a la carretera normal, ya que solo faltaban 400 kilómetros a Suiza. Y nuestras reservas habían descendido en picado con peajes tan salvajes. Desgraciadamente al salir de la autopista en Valence, el coche hace un ruido extraño, se cala y ya no quiere arrancar. Era la primera vez que hacía eso en su vida, con 90.000 kilómetros. “Ya nos lo advirtieron en el taller, que había que reparar todo el motor” Casi lloramos de rabia.

 Cambiamos las bujías por aquello de que una cosa que nunca está de más. Intentamos arrancar, pero el coche se niega y además sale humo por el filtro del aire. Lo desmontamos, miramos el carburador, pero no vemos nada, claro. Mirando el motor vemos que salían chispas por la tapa del delco; se había roto y casi no se apreciaba pero habia dejado comunicado los contactos. Bueno pongamos el de repuesto. No aparece. Maldita sea mi estampa. Alguien se olvidó de meterlo a última hora.


Llevamos dos horas y media junto al nefasto semáforo, cuando un coche se para junto a nosotros. Era un español que llevaba diecisiete años viviendo allí y luego nos comentaría que todos los veranos echa una manita a algún viajero en el mismo sitio en que estábamos nosotros. Debe ser un semáforo gafe. Mayormente no había problemas de delcos ni de cualquier fildurcio mecánico.

        El hombre trabajaba en un gran desguace de automóviles y allí encontraríamos todos los delcos que quisiéramos. Justo antes de irnos aparece un mecánico que habìamos llamado dos horas antes. Viene con una grúa, pero sin delco. Se pone borde y no acepta marcharse sin haber cobrado el servicio como si nos hubiera remolcado por media Francia. El simpático francés se fue por fin en cuanto le dimos 2.000 pesetas.

 

 

Nuestro amigo nos llevó al centro de desguace y tras grande busquedas encontramos dos a medio uso. Pero él no nos abandonó hasta que conseguimos la nueva tapa y aún así nos regaló las que habíamos encontrado. El “buen samaritano” a su lado es un salteador de caminos. ¡Gracias Tío!

Otros 14 kilómetros de vuelta hasta nuestro coche, sustitución y por fin, el susodicho se pone en marcha de una vez. Apretamos el acelerador con rabia, pero las carreteras francesas son eternas hasta cruzar la frontera, aunque está sólo a 200 kilómetros. Llegamos a las nueve de la noche a Ginebra, hechos polvo. Si el primer día fue emocionante, este segundo ha sido casi trágico. Menos mal que somos jóvenes, porque esta aventura no es para cardíacos.

 

Maldición: El delco, cabalga de nuevo.


Al día siguiente, visitamos la ciudad, el gran lago Leman y por la tarde salimos a reunirnos con los amigos a Lucerna, en el famoso puente de madera. Allí estaban, inasequibles al desaliento, con puntualidad suiza. Todo se pega.

¿El doctor Livingstone, supongo? Nos contamos nuestras peripecias de dias antes y decidimos descansar pronto para avanzar rápido. A la mañana siguiente se revisan niveles se reaprieta la tapa del delco (que no sabemos porque difiere un poco de la antigua) y antes la consternación de todos, suena un chasquido. Se ha roto la pipa del delco. Esto ya pasa de castaño oscuro. Alguien habla de fusilar franceses; “Como en el cuadro de Goya pero al revés.”

 

 

 

Estamos en Winterthur, en la Suiza alemana. ¿Donde estará el samaritano de turno? Pero ahora tenemos de ángel de la guarda al Panda (Viajamos con su coche, viajamos con usted) El se encarga de ira buscar el recambio. Ya no hay quien nos detenga.

Para relajarnos visitamos las cercanas cataratas del Rhin. Partir de aquí ya todo serán buenas autopistas y además ¡gratis! En una de las paradas alemanas nos disponemos a pasar la noche en una especie de bosquecillo y mientras se prepara una cena calentita, se montan las tiendas. Pero... llega la policia y nos informa que allí no podemos quedarnos, así que cenamos, cantamos un rato y algo más adelante encontramos un lugar idóneo, tendemos los sacos, plantamos nuestros reales y mañana ¡nos levantaremos a las seis!


 “Nos levantaremos a las seis”, era la consigna diaria, pero inexorablemente nunca salimos antes de las 8,30. Atravesamos Alemaniasin enterarnos “ de un tirón. ¡Qué país! Y a las tres de la tarde comíamos en Puttgarden, cuarenta y cinco minutos antes de coger el barco que nos llevaría a Dinamarca. Nuestros gastos se vieron compensados a la hora de comprar los tickes; será porque era jueves o yo qué sé, pero había precio especial para coche y cinco personas, ida y vuelta, Alemania-Dinamarca-Suecia.

 



                                                        Los fiordos de plata

A partir de allí todo era desconocido para nosotros: idiomas, carreteras, costumbres, etc... el viaje duró una hora hasta Rodbyhavn y como habíamos decidido ganar tiempo dejamos Copenhague para la vuelta. Cogimos otro ferry en (Halsingborg) media hora después. La lluvia nos sorprendió en el momento de buscar lugar para la acampada. Era una torrencial lluvia que lo arrasaba todo. Olvidamos el camping, así que decidimos alquilar una habitación en un motel donde pasamos la noche repartidos entre camas y la suave moqueta de la habitación. Dormimos como lirones. Eran 3.200 kilómetros en cinco días y ya no estábamos para exquisiteces.




 A partir de Suecia, lo que mejor recordamos es la embriaguez de un paisaje maravilloso. Luego el primer fiordo, ya en Noruega, con el sol cayendo sobre el agua, plateando su superficie.








   Compramos las primeras postales del Sol de medianoche del Cabo Norte. Según ascendíamos, aumentaba la inimaginable claridad de la noche. Los fiordos parecían de plata.




 

 

La mayoría de los días nos acostábamos con más luz de la que había al llegar.

 

 







 

 

 



Visitamos Trondhein, capital vikinga, con sus antiguas casa al borde del río, e hicimos numerosas paradas para fotografiar todo aquello que perecía iba a desvanecerse ante nuestros ojos.



En la última gasolinera nos informaron que solo faltaban ocho kilómetros para el circulo polar. Quizá esos ocho kilómetros fueron los más largos del viaje, porque habíamos organizado un rallye para ver quién de nosotros era el primero en llegar, si el Panda o el 127. ¡Qué orgía! Mejor será no decir quién llegó primero, derrapando como un derviche posesos.

 

                                                                                        A DERRAPAR AL POLO


Fue una entrada triunfal. Eran las nueve y quince de la noche, había niebla y un frío inmenso. El paisaje era muy árido, con piedras de aspecto lunar. Casi no se distinguían los monumentos que señalaban la línea del circulo. Lo habíamos conseguido y nos fotografiamos orgullosos con nuestros coches en la misma línea del “Polarsirkel”


Vimos la primera vivienda lapona, donde sus gentes vendían todo lo posible del animal que explotan, el reno (Pieles, cuernos, pezuñas-llavero). A veces, los cambian por una simple botella de coñac. ¡Lástima no habernos llevado unas cuantas, hombre! 

 El joven Panda y el viejo 127, con su reciente infarto de miocardio, allí estaban “más chulos que un ocho” como dicen en mi pueblo. Rodeados de lapones, renos y fiordos, con nuestra maltrecha economía y nuestra ansiosa ilusión por conocer aquél país que tan hermosamente nos había grabado imágenes en la retina. Era una sensación indescriptible. Ayer, como quién dice en Madrid. Hoy, en Laponia.


Tras 5.800 kilómetro, ocho días de viaje y tras tomar otro nuevo ferry nos encontramos en la capital de provincia noruega más alta de Europa. Tromso, desde donde partió el famoso explorador Amundsen en busca de la expedición italiana al Polo Norte. Por cierto de la que no volvió el tío.


Ya solo faltaban 640 kilómetros a Nord Kapp, y el sol de media noche sería nuestro. Otro ferry dejaría nuestros coches en la isla de Mageroy. Una vez desembarcados, el estado de las carreteras debido a las grandes y frecuentes lluvias, fuertes nevadas y la cantidad de renos, que bagabundeaban, nos quitaron la idea de organizar entre nosotros otro pequeño rally de 34 kilómetros. (Los que nos separaban de cabo Norte). Así que fuimos conduciendo en forma civilizada.

 


Nuestra gran entrada en la meta final tuvo lugar a las 22,30 horas, tras abonar (aún no entiendo por qué) 20 NKR por el mero hecho de pasar al fin de Noruega. No había lucido el sol allí durante tres días, según nos informaron. Pero nosotros queríamos ver el Sol de Medianoche a toda costa.

El acantilado era impresionante y el frío atroz, así que nos embutimos en nuestro jerseys, plumíferos y mantas para esperar el gran acontecimiento. Cenamos y nos repartimos en los coches para descansar, charlar o fumar. “Quién sabe, tal vez podía irse la niebla y verse el sol en media noche.

Eran las dos cuando alguien detecto un reflejo rojo entre la niebla y lo que se suponía que era el mar. De los cientos de coches que había días antes, solo quedábamos una veintena de contumaces. De cada vehículo empezaron a salir “mantas andantes”, cámaras de cine y fotografías. El espectáculo era inenarrable. Después de tes días, el sol salía en Cabo Norte. Delante de nuestras narices, casi al alcance de la mano, allí estaba alto y solemne.

 



                   Una bola roja en el fin del mundo

Aquella bola roja, enorme con líneas de base reflejándose en el mar, nos parecía una ilusión óptica. Nos pareció el momento más importante de nuestra vida. Primero en silencio, con nervios, luego con risas y abrazos; casi histéricos, supongo. Merecía la pena la gran panda de kilómetros los pequeños contratiempos y el haber cambiado nuestra cama por el duro suelo y las largas horas en los coches. Unos y otros lo habíamos logrado, y a partir de ahí la buena suerte no nos abandonó.

 


                Los mosquitos Kamikaces de Finlandia


Bajamos por Finlandia donde las carreteras presentan mejor estado y las temperaturas se van templando según se desciende, pero no pudimos abandonar los coches para dormir, porque nos atacaban insospechadas masa de mosquitos. Tras una larga guerra en el interior del coche con los mosquitos kamikaces amaneció otro día. Finlandia es más asequible económicamente que Noruega, y el presupuesto nos permitió comprar algunos recuerdos.

 




 



(Uppsala universitet) es una universidad ubicada en la ciudad de Upsala, Suecia y es la casa de estudios más antigua de Escandinavia, habiendo sido fundada en 1477

Tras 7.000 kilómetros y doce días de viaje, estábamos de nuevo en suecia. Restaban solo ocho para acabar las vacaciones y volver a la realidad. Rehicimos el itinerario para visitar las ciudades que más pudieran interesarnos a todos. En Estocolmo, otro español errante nos contó que estaban viviendo un verano como hacía dieciseis años que no conocían, con sol y sin agua.

 

Estocolmo es fantástica. Amén de ser una ciudad maravillosa, pasamos un día completo.

 


 

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  De nuevo el ferry nos llevó a Copenhague, con sus tranquilos canales serpenteando sus innumerables barcos amarrados en ellos, la famosa Sirenita, el parque Tívoli... y algún helado para exasperación del que hacía de tesorero


 



 

 Otro día más y un nuevo barco nos dejaría en Puttgarden para enfilar otra vez las autopistas alemanas, camino del famoso dique holandés de Ljmuden. Agua, molinos, y lluvia a calderadas, que de nuevo impiden plantar las tiendas de campaña.



 


Hicimos nuestra segunda noche de automóvil en Volendam y Marken, en aquella amanecida de verano, fresca y perfumada.





Dique Ljmuden el (Afsluitdijk, dique de cierre) es un dique que conecta el norte de Holanda Septentrional con la provincia de Frisia, en los Paises Bajos cerrando el IJsselmeer y separándolo del  mar de Frisia. Tiene una longitud de 32 km, una anchura de 90 m y una altura original de 7,25 m sobre el nivel del mar. 

 La Plaza Magna esta ubicado detrás de la Koninklijk Plaza en Dam. Anteriormente una oficina de correos, edificado con estilo neo-Gótico

A pesar del poco tiempo que nos quedaba pudimos visitar en rápidos recorridos Amsterdam, su museo Van gogh, La Floriada-82 (que se celebra cada 10 años) etc...

 





Llegamos por la tarde a Brujas y después de un maravilloso paseo por la ciudad decimos acabar con el presupuesto, degustando en varios lugares la mayor cantidad de las diferentes marcas de la apreciada cerveza holandesa. Nos pusimos “ciegos”. Hubo quién llegó a quince.

 


                    París siempre será un follón

El 27 de agosto, viernes por la tarde, al comenzar el fin de semana nos encontrábamos inmersos en el apabullante tráfico de parís, para que algunos que no lo conocían viesen de cerca la famosa torre Eiffel, Notre Dame, los Campos Elíseos, Mont-martre, el Arco del triunfo....París siempre será París.

 























 

Otra panzada de kilómetros Francia abajo y entramos en España. Las carreteras ya no son “tira p'alante” hay infinidad de curvas, olvidadas ya para nosotros, reaparece la noche y el cansancio nos domina. No obstante hay que ganar tiempo y seguimos zurrando al benemérito Panda y el no menos seráfico 127, que están hechos unos mulos. Tras 420 kilómetros de un tirón (récord de autonomía en nuestro 127), llegamos a la gasolinera del RACE, en el Jarama, en el momento justo en que el cuentakilómetros marcaba 12. kilómetros, desde nuestra salida de Madrid; sin una sola recaída de bujías, delcos o pipas. Y el Panda. Con sus 37.081 kilómetros, también llegaba sin haber “estornudado ni una sola vez” ¡Que bien te portas majete!

Por fin, el último recuento: habíamos necesitado 778,6 y 663 litros de gasolina para el 127 y Panda, respectivanente, con un consumo medio de 6,4 y 5,3. Incluso para nosotros es increíble. Un 1010 y un Pandita que han galopado a toda velocidad y cargados a tope.


R. ZABALLOS



Tras el paso del tiempo, 40 años han pasado y solo cabe recordar una aventura de juventud. ¡Inolvidable!

              Montaje realizado por Albazkán en agosto del 2022

 

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